martes, 28 de noviembre de 2017

Programa Feeding - Cristina Pérez 2017

Feeding es un programa para niños que se encuentran en situación de desnutrición. Los niños están con sus madres o hermanas pequeñas hasta que recobran un peso normalizado. A diario reciben fafa (complejo alimenticio hecho de harina, agua y vitaminas). Los niños son supervisados por una enfermera, así de esta forma  siguen y supervisan su cambio de peso y posibles enfermedades que puedan tener los niños. Los niños toman 8 veces al día leche y 2 veces fafa.

Durante el proceso de la fafa, se procede a que las hermanas mayores (9-15 años) y las madres participen en un programa de alfabetización. Los voluntarios imparten clases de alfabetización en inglés, clases de matemáticas. Como las niñas y las madres no están alfabetizadas en su propio idioma, intentamos que las clases sean dinámicas y activas, siempre con juegos y utilizando las manualidades, además de la enseñanza de frases de presentación en inglés, vocabulario, y ejercicios de gimnasia.


Lo que mas me gusta de este programa en el cual he participado, es poder dar posibilidad de aprender inglés a las niñas mayores. Ellas vienen con un gran interés a las clases y siempre están dispuestas por aprender. 

Es una gran oportunidad para ellas, pues les ofrecemos otras posibilidades y la necesidad de seguir estudiando. Recalcamos que a través de la educación podrán tener otras oportunidades en la vida.


También la asistencia de las madres en el programa, les proporciona un lugar de reunión, y de aprendizaje de hábitos básicos de higiene para sus bebés y sus familias. Les ofrecemos el biberón, y la forma mas adecuada de tener aseados a sus hijos.


Para mí ha sido una gran experiencia haber participado en este programa, pues he podido enseñar algo de inglés, y aprender de la cultura etíope y de sus tradiciones. Y me ha encantado ver como las hermanas mayores cuidan de sus hermanas pequeñas como auténticas madres. 

Me siento muy agradecida de poder haber participado en este programa. 

Me llevo muchas cosas para España.

lunes, 25 de septiembre de 2017

Etiopía: Sonrisas que llenan de vida - Lourdes Álvarez 2017


África llevaba rondando por mi mente varios años, quizás desde la infancia, cuando estudiaba en el Colegio Hijas de María Auxiliadora de Sevilla. Guardo un grato recuerdo de aquellos maravillosos años, cuando las hermanas salesianas nos contaban historias y anécdotas de las misiones. Yo siempre las admiré, y ahora, aún más, tras haber conocido su garra y entrega. Porque lo dan todo a cambio de nada. Y porque están allí dónde nadie va. Con el tiempo crecí, entré en la universidad, me licencié y comencé a dar mis primeros pasos como periodista, profesión a la que pertenezco en cuerpo y alma, aunque nunca he dejado de lado la enseñanza. Pero fue pasando el tiempo y yo seguía sin dar el paso. África y sus gentes continuaban esperándome y yo estaba segura que tenía mucho que aportar.


En los últimos años, mi experiencia internacional me había llevado a cooperar en varios ocasiones en Centroamérica y en Haití, un pequeño trocito de África en el Caribe, pero ahora, estaba ansiosa por vivir en primera persona todo aquello que había escuchado relatar cuando niña, la infinidad de vivencias y sentimientos que iba a depararme este apasionante, pero a la vez, desconocido continente. ¿El lugar elegido? Etiopía. De la mano de la ONG VidesSur. Muchos me anunciaban que para estar en África tenías que ser de una “pasta especial”, y, ¡cuánta razón tenían! Lo supe nada más llegar. Lo que han visto mis ojos es difícil describirlo con palabras.
 Nos encontramos en Zway, 163 km al sur de la capital, Addis Abeba. Nunca antes había presenciado una realidad tan dura como la que ahora tengo ante mí. El primer sentimiento que me embarga al llegar aquí es la culpabilidad, culpabilidad por llevar la vida que llevo: por vestirme y calzarme todos los días o comer todas las veces que se me antoje, por derrochar la luz, el agua y tantas y tantas cosas.
 
Todo aquí se cubre de tierra y polvo rápidamente. Hasta las pestañas de los niños son naranjas. Te duchas y en cuestión de segundos tienes la sensación de no haberte duchado, en la ropa y en el pelo. A marchas forzadas, aprendes a convivir con las pulgas y con los piojos como si fueran tus mejores amigos y compañeros de batalla. Y mientras caminas por la calle, ten por seguro que tendrás que sortear decenas de vacas y cabras para continuar el paso. Pero no temas, no embisten. Y es que ir a Etiopía es viajar hacia un mundo sin reglas, hacia el caos más absoluto y desprenderte de prejuicios y miedos, ser acosada, literalmente cuando vas por la calle, por niños y niñas, y no tan niños, que te tocan a grito de “you, you” y “money”, especialmente si eres mujer; pero sobretodo, venir hasta aquí, es dejarte llevar, para encontrarte con la naturaleza, y el ser humano en estado puro. Aquí no hay acerado ni normas de tráfico, pero hay que desechar estereotipos y dejar en casa clichés y tabúes para ofrecer siempre lo mejor de ti. Y es que, ya lo decía Madre Teresa de Calcuta: “a veces sentimos que lo que hacemos es tan sólo una gota en el mar, pero el mar sería menos si le faltara esa gota”. Y el cambio comienza dentro de cada uno y hemos de ser conscientes de ello.


Aquí hay pobreza, de esa que mata. No hay más que mirar a los niños y niñas que diariamente acuden al programa de nutrición. Miseria, mucha, de esa que se mete debajo de la piel y duele, porque la mendicidad, y más aún cuando proviene de miradas inocentes, te rasga el alma; pero también tengo ante mí un país fascinante, rico en cultura, rico en tesoros sencillos, el país de las sonrisas infinitas, el país donde los niños son niños, un país lleno de tradiciones milenarias y leyendas mágicas. Y es que Etiopía es el único país en África que no ha sido colonizado.

La ceremonia del café, ese ritual pausado, artesanal y sobre todo aromático que las mujeres etíopes realizan hasta cinco veces al día, acompañado de palomitas y patatas fritas y unos frutos secos picantes que te cortan la respiración. Pero una no puede ir a Etiopía y no probar su café, considerado por muchos como uno de los mejores del mundo. Es la bebida nacional por excelencia en el país. La ceremonia del café es una experiencia de belleza extraordinaria. Y he tenido la suerte de presenciarla en varias ocasiones. Mucha paciencia, eso sí, porque puede durar hasta una hora. Desde el tostado de los granos del café, el molido posterior y su infusión en los preciosos “jabenas” y el aderezo final con mucha azúcar. Ni tampoco puedes ir a Etiopía, y no mancharte los dedos mientras comes la “injera”, pan típico etíope a base de un cereal llamado tej y a menudo avinagrado. 



No podemos hablar de Etiopía sin hablar de religión: ortodoxos, musulmanes, católicos, protestantes y un sinfín más que conviven en perfecta armonía… hasta la persona más atea se vuelve religiosa en estas tierras. Es imposible no contagiarte de su fervor y tradiciones, de sus ritos llenos de cánticos y ritmos difíciles de seguir. Un “faranji”, tal y cómo llaman a los extranjeros en Etiopía, nunca podrá mover los hombros como los etíopes. Hasta el más pequeño detalle evidencia la presencia de Dios aquí. Por un momento, todos creen. Aún recuerdo al muecín llamando a la oración desde lo más alto del minarete de la mezquita más cercana poco antes de las cinco de la mañana, muecín que siempre conseguía interrumpir mi sueño; los cánticos ortodoxos que sonaban durante todo el día, aún me pregunto si era un simple megáfono o una voz en directo, o el coro católico de la eucaristía de los domingos, compuesto en su mayoría por mujeres que, al cantar, emitían unos sonidos, cuanto menos curiosos. Una eucaristía, todo hay que decirlo, de casi dos horas y media de duración en su lengua local, el amhárico. Sermones del sacerdote de los que jamás conseguí entender ni una sola palabra. Para combatir el aburrimiento que se despertaba en ocasiones, mucho, pero que mucho sentido del humor. 


La vida aquí es demasiado dura. Zway es una ciudad que carece de cualquier infraestructura sanitaria y escolar. Por este motivo, las Hijas de María Auxiliadora llegaron a esta localidad hace más de treinta años para apostar por la educación de cientos de niños y niñas. Un esfuerzo y trabajo encomiables que vieron sus frutos  en el College–Universidad, con la especialización en Diseño de Moda e Informática, abriendo la puerta laboral a cientos de jóvenes, un sueño hecho realidad, y el colegio Mary Our Help, donde actualmente se encuentran escolarizados más de 2.500 alumnos y alumnas (en los niveles de infantil, primaria y secundaria) de todas las religiones, provenientes, en su mayoría, de familias vulnerables y en riesgo de exclusión social. La labor de las salesianas ha supuesto un antes y un después para la localidad y la población lo sabe. Las familias estarán eternamente agradecidas.

Entrar en el campus de Mary Help es como atravesar una burbuja. Un recinto donde se respira paz, rodeado de jardines bien cuidados. Miro las fotos y me siento orgullosa. Yo misma he contribuido a que esto sea posible, preparando el parque infantil con toboganes, balancines y columpios, y limpiando las zonas verdes. Ahora, cientos de peques pueden disfrutarlo. Pero también he contribuido al aprendizaje y al empoderamiento de los adolescentes (de entre 13 y 16 años) durante la celebración de Camp Zway, un proyecto impulsado por la Asociación Feel Adwa, conscientes de la importancia del aprendizaje del inglés en un país donde más del 50% de la población continúa siendo analfabeta. Hemos apostado por la educación como el arma más poderosa para poder cambiar el país, porque en los niños y niñas está el futuro y son agentes de cambio. Pero también hemos formado al profesorado y hemos regalado nuestros conocimientos, herramientas y recursos, un profesorado entregado y comprometido. Durante tres semanas, aprendizaje y entretenimiento han ido de la mano. Y no nos olvidemos del oratorio, porque Camp Zway es más que una escuela. Camp Zway es alegría y juego y hasta aquí acudían todas las tardes pequeños y no tan pequeños para la realización de diferentes actividades deportivas, manualidades, baile o canto. Un lugar que durante unas horas les permitía soñar, un lugar con una máxima, el cariño y la entrega.



Gracias infinitas a todas las hermanas salesianas, con ellas me he sentido siempre en casa, y gracias infinitas también a VidesSur y a Feel Adwa por permitirme formar parte de esta maravillosa iniciativa. 


La experiencia en Zway me ha enseñado a valorar la vida aún más si cabe, mi vida, a valorar las pequeñas cosas. Suena a tópico, pero sólo cuando estás en contacto con esa realidad que te parte el alma y que te marcará por siempre, es cuando empiezas a prestar atención a las cosas verdaderamente importantes. Porque materialmente no tienen nada, pero emocionalmente están llenos de vida, porque si tienen salud y amor, nada les falta. 


Zway y la vitalidad de sus gentes me han enseñado también que uno tiene que aprender a vivir su vida con dignidad, porque ellos viven la pobreza de una manera muy digna. Una continua lección de vida porque te demuestran que el cambio es posible, que sólo hace falta luchar con todas tus ganas y querer cambiar las cosas. ¡Cuántas ganas de aprender! Siempre agradecidos y con una sonrisa en su rostro.


Etiopía es un país de tradiciones, sí, un país con una riqueza cultural enorme, pero también es un país de hambruna y sufrimiento. Pero por encima de todo, Etiopía es el país de las sonrisas, sonrisas que te llenan de vida y que te contagian alegría y entusiasmo. Y es por esas sonrisas, que volvería a pisar esta tierra una y otra vez. No nos olvidemos de Etiopía, yo no me olvido.



Lourdes Álvarez Pérez

miércoles, 6 de julio de 2016

¿Y si Jugamos? - Cristina Rey Iborra & Alba Teno

Así es como empezamos a jugar,
cuando 14 desconocidos se convirtieron en un mes,
un mes, en 800 niños y niñas
y 800 niños en un año en el que España y Etiopía no han dejado de darse la mano y jugar juntos.




Jugamos a ser maestros en clases a las que, cada día, se sumaban más niños.
Clases en las no necesitaban pizarras para aprender sino la curiosidad desde cualquier pupitre del aula. Curiosidad que vieron los ojos de Inma cuando decenas de niños corrían detrás de un globo que se llevaba el aire.

También jugamos a ser doctores de nuestros propios compañeros. Como Laura en la habitación de las chicas danzando con una botellita de suero oral, un médico a distancia, algún que otro antibiótico y unas horas de descanso para volver a recuperar las fuerzas al día siguiente.

Y para tener un buen chute de energía, solamente tenías que rebuscar en los bolsillos de Paula, donde seguro habría cientos de galletas Macchiato que había cogido a escondidas del comedor.

Unas Macchiato que viajaron en nuestras mochilas cuando jugamos a ser exploradores, trepando montañas que ni las cabras se atreverían a subir. Y mucho más valiente que las cabras fue Sara el día que subió al monte Soloda.

También jugamos a ser cantantes, a cada hora. Cantamos en inglés, en español, en italiano, amárico, tigriña. Le dedicamos canciones a tiburones, a plátanos y hasta a las palomitas de máiz. Y no saber la letra o no tener instrumentos suficientes tampoco nos impedía seguir cantando, porque Manu es experto en crear guitarras con una simple pero maravillosa cartulina y cantar en inglés “don’t worry, be happy” allá por donde pasa.


Jugamos a ser la guardia inglesa y siempre perdíamos por el estallido de risa que nos provocaba Miguel. Aunque tengo que admitir que él fue el único capaz de tragarse miles de carcajadas mientras escuchábamos a un monje con voz de teleoperadora recitar una biblia de 500 años.

Jugamos a ser escultores gracias a las manos de Jaime, capaces de crear, a base de plastilina, una paella con cigala incluida.

Jugamos a los reality shows con los encuadres de primer plano que nos conseguía Rodera, nuestro director de escena más aclamado.

Y a ser diseñadores de moda cada vez que abríamos la caja de “disfraces” y montábamos un desfile en la sala de material. ¿Nuestro mejor modista? Lanillos, que a pesar de no querer lavar una mancha verde de pintura en su sudadera en todo el mes, la disimuló muy bien con la guitarra, su complemento favorito.


También jugamos a ser pilotos y alzar el vuelo viendo cómo Javi subía a Sara por los aires cada vez que había ocasión, siendo el baile su técnica de despegue preferida.
Jugamos a ser ciudadanos del mundo, admirando la habilidad de Marta para organizar a toda una clase bajo la sombra de jaimas hechas por ellos mientras aprendíamos las diferentes culturas que nos rodean.

Jugamos a imaginar a toda la gente viviendo en paz cuando Marta Barchino unió las manos de sus 80 mini John Lenons.


¿800 niños y niñas?

Aunque no me extraña que haya podido salir adelante el proyecto si todos se despiertan cantando y bailando como dicen que haces tú misma todas las mañanas Cris. Este año, junto a mi, venimos un montón de personas únicas que también queremos ser cómplices de tus locuras y tus juegos llenos de magia. Así que...nos dejáis jugar con vosotros? Soy Alba y vengo con más compañeros para ir a Adwa este año. Venid chicos.

Diego, un estudiante de medicina de Valladolid, está dispuesto a pasar un verano inolvidable. Estoy convencida de que sus ganas de cantar despertarán el entusiasmo de todos, incluso en los momentos de mayor cansancio.
No es el único médico del grupo. Está Diana, seguro que nos ayudará a todos a descubrir un poco más sobre nosotros mismos y a hacer de una pequeña parcela del mundo un motor que mueva la felicidad de muchas personas. Ceci también estudia medicina y su pasión por los niños y la educación nos ayudará a construir aventuras diarias y a ser los mejores Scouts de Adwa.

Nuestra fábrica de ideas continúa con estudiantes de ingeniería como Paloma y Fran. Paloma nos ayudará a vivir cada sonrisa como el mayor tesoro, recordándonos que son nuestro tesoro más preciado. Por su parte, Fran, que ha supuesto una gran ayuda a la hora de fundarnos como Asociación, nos recordará que hasta el momento de los deportes es el mejor contexto educativo.

Por supuesto, no podía faltarnos nuestro especialista en derecho y márketing Rubén, que con su gratitud y buenos consejos en muuuuchas materias nos recordará día a día lo afortunados que somos por estar allí.

En nuestro equipo de sociólogas tenemos a Marta, que luchará día tras día porque no olvidemos el poder de los sueños y nos animará a encontrar las infinitas posibilidades que Adwa nos regalará a cada minuto. Junto a ella, Bea nos aportará su lado más explorador y junto a ella conquistaremos las sonrisas de cientos de niños de la misma forma que la gente de Adwa nos abrazará con amistades irrepetibles

Héctor, que al igual que yo, es estudiante de psicología y con su pasión por la educación y con sus ilimitados recursos para hacernos sonreír hará que el aprender resulte la tarea más divertida.

Charlotte, con la que entendemos que no hay distancia entre España, Alemania y Etiopía que no pueda salvarse con el ánimo de jugar, enseñar y aprender. Jorge que viene corriendo desde Milán, no va solamente a enseñar, sino aprender y descubrir un poco más la maravillosa riqueza de Adwa y sus gentes. Y Cristina, que es el reflejo de no sólo lo que podemos ofrecer, sino también todo lo que traemos de vuelta.

Finalmente, no podemos olvidarnos de nuestro equipo médico, Nerea e Inma, que se encargarán de recordarnos que cada dolor que sintamos en el cuerpo será por una buena causa, por estar luchando por nuestros sueños y por los de miles de niños y niñas, y que cuidarnos unos a otros será nuestra mayor fortaleza día a día.




Jugamos, y seguiremos jugando, con una ola de cientos de niños y niñas que van agitar un mar en la educación.